Oeste de África 2010 y 2011 (Reflexión)

Mi Reflexión sobre el Islam Africano

Durante todos estos casi 6 meses que he estado viviendo y hablando con muchísimos musulmanes en diferentes países de África, y lo aprendido hace algunos años en Bangladesh, me ha resultado ya menos complicado interpretar correctamente sus comportamientos y maneras de ser, desde levantarse tan temprano todos los días para rezar -y hacerlo cinco veces al día- dejando de lado todo lo que un occidental podría pensar que es importante, lo que significa realmente la barba para los hombres y el velo que visten las mujeres, o cómo se resta tanta importancia al valor de las mujeres. Pero con el tiempo me he podido dar cuenta, precisamente desde que me lo han contado, que llevando el velo o la barba, el creyente musulmán “abraza el cuerpo imaginario de la ley” -el Corán, su ordenanza-. Entonces, me preguntaba: ¿por qué ese gran interés en adherirse a la norma? Pues porque el no respetarla haría del musulmán un “desviado, un “extraviado” en el camino a la perdición, me comentó Ahmed Salim un Imán nigerino. Ahora entiendo que si son así es porque siguen unas reglas normativas que se encuentran escritas en la Sharía -ley profética en estado puro (ideal y teórica)- contenida en el Corán y en la Sunna que es la segunda fuente del Islam tras el Corán.
La norma, en lo que se refiere al culto, está en el centro del comportamiento de todo buen musulmán, pero también en el modo de vida. Si el musulmán se somete tan de buena gana a la norma, es que cree que ésta lleva a la salvación, así que la obsesión del creyente musulmán es la de adaptarse plenamente a la norma. ¡Ha de ser un musulmán conforme a lo que dice la ley!
El Corán es lo que viene directamente de Alá, un mensaje de orden ético y social, un texto sagrado considerado por los musulmanes la palabra de Dios. Para ellos, es el propio Alá quien dictó la “Revelación” a su profeta.
La Sunna es la enseñanza que se recibió del Profeta, y el Islam es el resumen de ambos. Y desarrollando la Sharía está la Fiqh que es la manera habitual de aplicar la Sharía con todas las obligaciones religiosas, que obedecen a reglas muy concretas. De la cuna a la tumba, el musulmán se ve atado en una red de prescripciones de la que no puede liberarse.
La Ley islámica es la ley de Dios, a quien se debe entera sumisión (Islam). El Islam es una manera de vivir y de portarse, es una actitud: la Sumisión. El creyente se inclina para adorar a Alá, un Dios lejano al que no se puede llegar. El concepto del hombre sin relación con Dios y que podría tener derechos, simplemente porque es un hombre, es inconcebible e insoportable para el Islam. El hombre no está, por sí mismo, sujeto a derechos. La democracia, con palabras como Libertad, Igualdad y Fraternidad, es lo contrario de la filosofía que subyace en el Islam. Es un atentado contra el poder soberano de Alá y una vía abierta para que persista el incumplimiento de la Sharía, de modo que la sociedad se entregue a la depravación moral propia de Occidente.
De hecho, el propietario del restaurante marroquí al que solía ir –también imán de la mezquita cerca de mi casa, y que es ayudado en la cocina por su mujer y su hija a las que no deja salir de la misma para atender- considera “putas” a las mujeres occidentales –entre ellas mi madre de casi 80años de edad- por ir en verano por la calle con camisa de tiro o con algo de escote, sin razonar que no está viviendo en tierras musulmanas y es un extranjero que exige lo que un occidental no podría exigir en los países musulmanes ya que le podría acarrear consecuencias imprevisibles.
Las sociedades musulmanas, en general, parecen estar mucho más preocupada en tratar de controlar el cuerpo de la mujer y la sexualidad que sus derechos como persona. Muchos musulmanes cuando hablan de los derechos humanos, no tratan sobre los derechos de las mujeres sino que se refieren principalmente a cómo deben proteger la castidad de “sus mujeres”. Ellos, sin embargo, no parecen estar preocupados por proteger la castidad de los hombres!. No es extraño observar algunos “integristas radicales” que se han hecho alguna operación estética para cambiar algún defecto de nariz, aunque el Corán indique que es una aberración cambiar lo que ha creado Dios!!.
No obstante, las mujeres son el blanco de las más graves violaciones de los derechos humanos que se producen en las sociedades musulmanas en general. No hay derechos humanos en el Islam en el mismo sentido que se entienden en el cristianismo (aunque la Iglesia Católica no admitió la noción de derechos humanos hasta hace sólo medio siglo) o en la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU del 10 de diciembre de 1948, con la mayoría de los estados.
Los poderes dictatoriales como el de los partidos islamistas son impulsados por hombres poderosos que no quieren que las mujeres se alcen en pie de igualdad, ciudadanas exactamente iguales que los otros ciudadanos. Las ideologías islámicas expulsan y relegan a la mujer, que es considerada una menor de edad según la legislación coránica, al menos en sus interpretaciones más conservadoras. Las leyes civiles discrimina gravemente a las mujeres, como en el derecho sucesorio, atribuyendo a los hijos varones el doble de herencia que a sus hermanas.
Aunque hay unos pocos países africanos que sí están preocupados en que ellas consigan salir del túnel de la pobreza, la ignorancia y las enfermedades -gracias principalmente a organizaciones internacionales de cooperantes-, y que puedan llegar a alcanzar la libertad, la democracia, la justicia social y los derechos humanos, al resto habría que ponerle fin, de alguna manera, a su autoritarismo político, la opresión social, el saqueo económico, el atraso científico y la manipulación informativa.
La mujer ha de cubrirse la cabeza durante todo el tiempo que vaya a permanecer entre hombres. Hay que ocultar la frente, que no se vea ni un cabello, que los laterales queden cubiertos. Tendrán que divisar el exterior a través de una abertura de tela (…”cualquier vello de tu cabeza que muestres, es una estaca que se clavará en el corazón de nuestros difuntos!!”). También dicen que al quitarse el velo la mujer, ésta no se libera, sino que “ella misma se encamina hacia a la prostitución”. Muchos visten ropas occidentales, menos ellas, que sobre pantalones o chaquetas muy europeos visten unas túnicas hasta los pies. Son grandes paños de colores lisos o con flores mínimas e ingenuas que les cubren por completo, dejando apenas una abertura para la cara.
Esta sumisión tiene sus propias señas de identidad, y el velo, sin lugar a dudas, es una de ellas. Es una prenda de carácter claramente discriminatorio cuya finalidad última es “señalar” a las mujeres, es decir, mostrar a las claras una categoría inferior en lo que concierne a su posición respecto al varón, por mucho que –situación que habría que ver en cada caso- la incorporación del velo a su indumentaria habitual tenga un carácter voluntario y/o aceptado por quien lo usa. Es una manifestación de carácter visual y marcadamente sexista que atenta contra la igualdad que debería estimular las relaciones entre hombres y mujeres en todos los ámbitos. Es un distintivo de la sumisión de millones de mujeres al dictado de un sistema político-religioso machista que las relega a seres de segunda o, en algunos casos, de tercera categoría.
Por ejemplo, no hay mas que abrir el Corán y leer la azora o capítulo (sura) 33, verso (aleya) 59, en el que Dios dice : “¡Profeta!, di a tus esposas, a tus hijas, a las mujeres creyentes, que se ciñan los velos. Éste es el modo más sencillo de que sean reconocidas y no sean molestadas”Y en la sura 24, verso 31: “Di a las creyentes que bajen sus ojos, oculten sus partes y no muestren sus adornos más en lo que se ve. ¡Cubran sus senos con el velo!, No muestren sus adornos más que a su maridos, a sus hijos, a sus padres, suegro, hijastro, sobrinos (...) a las mujeres de su comunidad, o a las criaturas que desconocen las vergüenzas de las mujeres (…) “. El Corán determina el velo. La Sunna también.
Aunque el Islam diga que la mujer es libre, que tienen el derecho de participar en todos los asuntos, que ha prohibido las cosas que puedan atacar su “dignidad” y su “castidad”, que hay terrenos en los que el hombre concibe mejor los problemas que la mujer y que su sumisión no quiere decir servidumbre, ésta es un ciudadano de segunda categoría. Y es mejor que la mujer no se oponga a esta supremacía, pues oponerse estaría en contra de su prestigio, de su dignidad y de su reputación como mujer. En ellas descansará la responsabilidad cultural de la familia, mandado en el orden de la casa y en la educación de sus hijos. Por eso, y desde siempre, muchas han sido profesoras. Las abuelas pueden imponerse a toda una extensa familia y sus consejos son órdenes. Hoy día, en países algo más evolucionados, muchas mujeres viven con la idea de sacar la familia adelante y tener los hijos que Alá o “sus renuncias” hayan querido y siguen siendo educadas para ser la perfecta esposa-madre y a la vez comerse el mundo en el trabajo.
En cierto modo, no quiero ser crítico sólo con el Islam, pues hay algunas otras religiones como la cristiana que también continúan estancadas en el pasado y suelen ser muy sectarios con sus seguidores. Por ejemplo, el manual escrito por el Pastor Evangélico Michael Pearl (“Cómo Educar a un Niño”), padre de 5 hijos, se basa su teoría pedagógica en el castigo físico, aconsejando “pegar a los niños con una tubería flexible de plástico de 0,6cms de diámetro porque con ese artilugio los golpes no son muy dolorosos y la piel no queda gravemente dañada. Para los niños menos de un año basta una vara de sauce de 25-30cm de largo y medio de ancho, sin nudos que le pueda cortar la piel”. Conocemos innumerables casos de maridos “muy cristianos ellos” que asesinan a sus esposas delante de sus hijos, o lo que es peor, asesinan a sus propios hijos tan solo por celos. Ni que decir de los abusos sexuales de menores o robos de recién nacidos por parte de eclesiásticos.
Los musulmanes dicen con gran orgullo que el Islam abolió el infanticidio femenino de antaño, cierto, pero también hay que mencionar que uno de los delitos más comunes en una serie de países islamistas, por ejemplo en Pakistán, es el asesinato de mujeres, o quemadas con ácido en Bangladesh, por sus maridos, hermanos o padres. Estos llamados "asesinatos por honor" son, de hecho, extremadamente deshonrosos y se utiliza con frecuencia para el camuflaje de otros tipos de delitos. Las niñas son discriminadas desde el momento del nacimiento, ya que es habitual referirse a un hijo como "un regalo", y una hija como "una prueba", por parte de Alá. Es decir, el nacimiento de un hijo es una ocasión para celebrar mientras que el nacimiento de una hija llama al lamento. Muchas niñas se casan cuando todavía son menores de edad, lo cual llega a ser en ocasiones una aberración que se traduce en pederastia, a pesar de que el matrimonio en el Islam es "un contrato" y presupone que las partes contratantes, los adultos, los están consintiendo. A pesar de que la legislación coránica parece estar destinada a proteger los derechos de las mujeres en el contexto del matrimonio, las mujeres no pueden reclamar la igualdad a sus esposos. El marido, de hecho, es considerado por su esposa como la puerta de entrada al cielo -o al infierno- y árbitro de su destino final. Que tal idea pueda existir en el marco de Islam -que, en teoría, rechaza la idea de que hay un intermediario entre el creyente y Alá- representa tanto una profunda ironía como una gran tragedia.
El derecho islámico está contra la libertad, sobre todo de las mujeres. De hecho es, en general, profundamente “no igualitario”. El musulmán está por encima del no musulmán, el creyente está por encima del ateo, “el hombre por encima de la mujer”, el hombre libre por encima del esclavo. El musulmán es solamente el hermano del creyente musulmán (“am-muslím ajú-m muslím”). No hay libertad para salirse del Islam, para cambiar de religión, ni libertad sexual, ni libertad de comportamiento. Tampoco hay fraternidad en el sentido occidental. La importancia del Corán en la vida y en la sociedad musulmana es inmensa. Se aprende de memoria, y este aprendizaje de memoria constituye el cimiento de la comunidad. Es también lo que hace que el Corán esté vivo en los espíritus y en los corazones de los creyentes. Actualmente, la comunidad musulmana es muy diversa y solidaria. Los más de 1.000 millones de creyentes siguen unidos por el Corán y los ritos obligatorios: fe, limosna, oración, ayuno, peregrinación.
El Islam es al mismo tiempo normativo, ritualista y profundamente machista. Que una mujer pueda tener los mismos derechos que el hombre es impensable para el Islam. La mujer es en todos los casos inferior al hombre porque Alá “ha favorecido a él respecto a ella” y porque “ellos gastan parte de sus riquezas a favor de las mujeres”. Han de ser sumisas, reservadas y pueden ser golpeadas por desobedientes.
Cuando he preguntado el porqué de tanta desigualdad me han respondido que eso no es así, que sí hay igualdad entre los musulmanes. Que para ellos esta “situación” es sólo un mandato divino que hay que respetar. Pero he estado allí, con ellos, y eso no es exactamente de esa manera. Es muy sencillo escudarse tras las palabras de los textos sagrados que cada uno interpreta a su manera o a su antojo según le convenga. Pero son las jóvenes las que más claro hablan, pero a escondidas de sus padres y hermanos. Y es que la mujer joven y bella representa “un peligro” para el hombre y puede alterarlo sexualmente. Por ello se prohíbe entremezclarse en la mezquita. Lo cierto es que sus derechos son vulnerados sistemáticamente en numerosos lugares del mundo, donde la propia religión determina un estatus de sumisión, contraviniendo cualquier presunción de igualdad en lo que concierne a su posición ante la familia, la escuela, la sociedad, el trabajo, etc.. El hombre puede servirse de la mujer como crea conveniente y cuando quiera: dice Dios en la sura 2, v.223: “Vuestras mujeres son vuestra campiña. Id a ellas como queráis, pero haceros destacar”. Es el hombre quien tiene siempre preferencia sobre la mujer. O puede forzarla a obedecer, puede mandarle, ordenarle que se quede en su cuarto, e incluso pegarle, según la sura 4, v. 38/34.
Es al hombre a quien le corresponde ser el jefe de familia, la responsabilidad financiera, y a él se deja la iniciativa del repudio. La mujer, como tal, no vale nada. La que se valora es la madre. Se puede despreciar a la mujer estéril, sin admitir que podría ser el hombre el estéril.
La poligamia se considera adecuada a la naturaleza biológica y fisiológica del hombre y de la mujer musulmana. Se permite la poligamia sin recomendarla, pero con dos condiciones: que el número de esposas no pase de cuatro y que el marido las trate a todas con equidad. Y puede tener tantas concubinas como quiera, siempre que pueda mantenerlas.
En la actualidad, en las ciudades practican la poligamia muy pocos hombres. Y cuando así sucede, cada mujer ha de estar viviendo en su casa, que también es de él, con los hijos procreados con éste. Se realizará un turno de visitas que marcará los contactos que le plazca al hombre. Las mujeres trabajarán para conseguir igualmente el sustento, para ella y sus hijos. Por ello, en numerosísimos casos, muchos viejos que apenas pueden trabajar se siguen casando con chicas jóvenes.
La mujer puede ser repudiada, y el repudio pronunciado tres veces es irrevocable. Incluso si considera que otra mujer es más hermosa que la suya puede divorciarse de ésta para casarse con la otra. Pero tiene que dar la casa a su exmujer, sin hacerse cargo ya de ella ni de sus anteriores hijos (algo muy corriente entre los tuaregs).
En cuanto a la “humillación” que constituye la menstruación, el Corán dice lo que piensa de ella: “Te preguntan sobre la menstruación. Responde: Es un mal. Apartaos de las mujeres durante la menstruación y no os acerquéis a ellas hasta que estén puras. Cuando estén puras, id a ellas como Dios ha mandado” (sura 2, v. 222).En lo referente a las herencias, la mujer vale exactamente la mitad que el hombre: “Dejad al varón una parte igual a la de dos hembras (….). Si no tuviese hijo, le heredarían sus dos padres, pero su madre tendría sólo un tercio (sura 4, v. 12/11).
Yo deduzco que esa “igualdad” entre los creyentes de ambos sexos de la que hablan los hombres tan solo sucede entre los que ayunan y entre los que rezan, porque lo hacen de la misma manera hombres y mujeres. Por eso, para acceder a esta igualdad, en la dignidad que el Corán les hace percibir, muchísimas musulmanas consideran importante ponerse el velo, para permitirse, aunque sea ilusorio, una apariencia de igualdad ante Alá.
El Corán es sobre todo un mensaje de orden ético y social, un texto sagrado que es considerado por los musulmanes la palabra de Dios. Para ellos, es el propio Alá quien dictó la Revelación a su profeta: "Tu Señor ha decretado que no adoréis nada más que a él y tratéis con bondad a vuestro padre y madre”. Al niño nacido se le considera musulmán y bueno por naturaleza. Los padres le ponen un nombre muchas veces tomado del Profeta o de su entorno. Y es de destacar el enorme respeto que éstos tienen a los mayores.
Los musulmanes consideran que son “la mejor comunidad”. Y así lo dice la sura 3, v.106/110: “Sois la mejor comunidad que se ha hecho surgir para los hombres: mandáis lo establecido, prohibís lo reprobable y creéis en Dios. Si la gente “del Libro” (los cristianos) hubiesen creído, habría sido mejor para ellos. Entre ellos hay creyentes, pero, en su mayoría, son perversos”. Ni siquiera el mejor de los creyentes de otras religiones tiene un estatus idéntico al del musulmán. Pero de esta comunidad el musulmán no puede salir, porque entonces concurriría pena de muerte. Se le aplicaría el derecho islámico, y la condena eterna. Todo abandono del Islam es una verdadera traición, una perversión con respecto al derecho natural, a la naturaleza primera. El que se sale del Islam es un desnaturalizado, un perverso, pues es un verdadero crimen abandonar “la mejor de las religiones”. Y para el Islam jurídico merece la muerte. El castigo divino en el más allá y la sanción legal en el mundo de aquí abajo. Es en la tierra donde se siembra la vida del Más Allá”.Para el Islam, "todo hombre nace musulmán, y es la familia la que lo convierte en judío, cristiano o budista". El Islam es la identidad natural del hombre.
La shahada (profesión de fe) es la condición necesaria para formar parte de la Umma (comunidad de creyentes independientemente de su nacionalidad, origen, sexo o condición social). El buen musulmán morirá pronunciando la shahada con el corazón sincero: “la 'ilaha 'illa-llahu Muhammad rasulu-llah”= “No hay más divinidad que Dios, Mahoma es el mensajero de Dios”. Cuando se pronuncia sinceramente en voz alta ante los dos testigos requeridos por la tradición, el que la ha mencionado se puede considerar musulmán. Todo musulmán siente un verdadero orgullo por pertenecer a la Umma del profeta y para el Islam, el musulmán es el hermano del musulmán "am-muslím ajú-m muslím". Éste es el aspecto aparentemente seductor de la comunidad.
Pero hay un aspecto negativo, incluso amenazador, como pensarían algunos: todo musulmán es responsable de su hermano y tiene el deber de hacer que vuelva al buen camino. Si el Corán es la única Constitución, y la Sharía o ley islámica es la ley de Dios, la Yihad sería la guerra Santa, el medio para crear un Estado islámico que obedeciese a las reglas de esta Sharía. Aunque el significado real del término Yihad es el de una “lucha espiritual” que ocurre en el interior de cada musulmán, un procedimiento en el “esfuerzo en el camino de Dios”, en el sentido de esfuerzo para hacer reinar los derechos de Alá. Es decir, para defenderlo. Desde aquí que el buen musulmán no olvidará su obligación de extender la autoridad de la ley musulmana, primeramente por medios pacíficos, pero también, en caso necesario, por medios violentos. Los infieles pueden ser atacados después de oponer resistencia a su conversión al Islam. La guerra se convierte, así, en un medio para ampliar el campo de influencia musulmana: Combatid en el camino de Dios a quienes os combaten, pero no seáis los agresores. Dios no ama a los agresores. Matadlos donde los encontréis, expulsadlos de donde os expulsaron. La persecución de los creyentes es peor que el homicidio: no los combatáis junto a la mezquita sagrada hasta que os hayan combatido en ella. Si os combaten, matadlos: ésa es la recompensa de los infieles. Si dejan de atacaros, Dios será indulgente, misericordioso (sura, 2, v.186-188).
Los principios del dominio religioso siguen teniendo su base en el miedo, que suele derivar en terror. Aunque su principal arma no sólo sea el miedo a lo desconocido, sino a la inmediatez añadida de terribles castigos corporales, tales como diversas mutilaciones o la pena de muerte, al igual como sucedía en todos los países europeos de creencias cristianas. La Inquisición dejó vestigios imborrables en nuestra historia. Y sin olvidar, de paso, que el único país europeo donde ha estado vigente la pena de muerte hasta hace pocos años es el Vaticano!!.
Si el cristianismo es una religión que proclama que esta vida es un valle de lágrimas y está siempre ocupado en afrontar la muerte y lo rápido que ésta se nos echa encima, la musulmana proclama el miedo, el terror y las penalidades de la vida cuya única meta se encuentra en el más allá, en un valle de privilegios y sexo con vírgenes menores de edad. Y si este paraíso islámico, burdamente materialista, pudo molestar a ciertos intelectuales musulmanes, resultó en su momento adecuado para motivar a los guerreros y satisfacer al pueblo.
El Corán es para los musulmanes el verbo de Dios. Menospreciar el Corán es sacrilegio: no se puede tener el Corán en una habitación donde haya un perro. Arrojarlo al suelo, a la basura o quemarlo equivale a renegar del Islam y significa la pena de muerte. Se intenta desalentar toda crítica que represente el riesgo de poner en peligro la herencia islámica. Se pone en la picota a todo aquel que ose dudar, criticar o rebelarse. Para los musulmanes, el análisis del Corán de manera científica y crítica es blasfemo. Las verdades absolutas son su mayor enemigo, pues no admite las dudas. Es el freno a todo pensamiento disidente.
Incluso están en contra de la filosofía o la biología, que son susceptibles de poner en cuestión las verdades establecidas del Islam. Para el Islam integrista la técnica no está para servir a la modernidad. Se tolera sólo si puede valorizar la herencia islámica o al menos si no se opone a ella. Y si el Islam integrista habla de ciencia, se trataría de la “ciencia religiosa”. Y es que no debe haber ciencia separada de la religión. De todas las grandes civilizaciones del planeta, la comunidad islámica es la que ha dejado a la ciencia el espacio más pequeño. Realmente el peligro lo ven en el espíritu mismo de la ciencia. En ciencia no se cree sino que se investiga, se disiente, se prueba, se demuestra hasta llegar al estado más cercano a la verdad, que pueda percibirse. Pero para retomar el progreso científico continuado es decisivo desligar totalmente la ciencia de la religión.
Tampoco privilegia ningún sistema político pues al establecer una distinción entre lo religioso y lo político, llega a conseguir que estén muy unidos e incluso “confundidos”. Al intervenir en todas las actividades del hombre, ya sean políticas o sociales -asuntos y reglamentos-, tiene opiniones precisas sobre cómo han de ser los gobiernos de un pueblo. Por consiguiente, no podemos comparar en este sentido la religión occidental con la oriental.

Quizás esta reflexión aprendida de lo que he vivido en mis viajes por países musulmanes como Marruecos, Senegal, Malasia, Indonesia, Bangladesh o parte del oeste de África puede acarrearme críticas por ese tipo de gente que sigue sin admitir comentarios sobre su propia religión. Algo parecido a lo que me sucedió al concluir mi viaje por las islas del Pacífico y escribir una crítica hacia el cristianismo en el Pacífico tras el discernimiento alcanzado al conversar apropiadamente con muchos de sus habitantes y, que en cierto modo, no gustó a algunos intolerantes creyentes que siempre han tratado de salvaguardar su “pulcra religión” con hipocresías e interesadas enseñanzas.
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